De Ciudad Bolívar a Brasil

Julián Valencia fue escogido para llevar el tricolor en el primer partido de la Selección en Brasil.

La historia de Julián comienza en rojo. Por lo menos así recuerda que se la han contado. Julián Camilo Valencia Gallego nació hace 15 años en Villahermosa, municipio del norte del Tolima, donde vivía con sus padres, Apolinar Valencia y Olga María Gallego, y sus dos hermanas mayores, Paula Andrea y Leidy. Sin cumplir aún los 4 años, los paramilitares que se hacían llamar ‘Águilas Negras’ asesinaron a su padre.

“Mi papá tenía un taller de mecánica. Era prácticamente el único mecánico del pueblo. También un expendio de gas. Un día lo llamaron a las 11:30 de la noche y, como era muy buena gente, fue a entregar el pedido, pero era una trampa. Allá lo balearon”, cuenta Julián.

Tras este duro golpe, el taller de mecánica nunca volvió a funcionar. Pero la madre de Julián, sola y sin apoyo, no se amedrentó. Con tres hijos, sabía que tenía que sacarlos adelante. “Mi mamá tuvo que trabajar y seguir al frente del expendio de cilindros de gas y también consiguió un carrito de dulces. De esos subsistíamos”, relata.

Julián recuerda que los años siguientes fueron relativamente tranquilos. Empezó a estudiar, jugaba con sus amigos mientras su mamá trabajaba en sus negocios independientes.

“Estuvimos hasta el 2008, prácticamente 7 años, sin que nada extraordinario ocurriera. Pero un día nos obligaron a salir del pueblo, porque también amenazaron a mi mamá. Llegó una carta en la que decía que nos teníamos que ir o si no le pasaba algo a mi mamá. Ella lo dejó todo en manos de algunos familiares”, dice Julián.

Nueva vida en amarillo

Con lo que llevaban puesto y lo que alcanzaron a recoger, Julián, su madre y sus dos hermanas salieron de Villahermosa, repitiendo la historia de miles de familias colombianas expulsadas por el odio y la intolerancia y con el miedo metido en su equipaje.

Julián cuenta que llegaron a Bogotá, a las laderas de Ciudad Bolívar, a cerros de calles de barro amarillo, verticales como paredes, llenas de casas asimétricas de ladrillo, recortadas contra un cielo gris y con nubes que parecían a punto de caer sobre los techos.

“Una amiga de mi mamá nos recibió en su casa, en el barrio Bella Flor, y nos ayudó durante tres meses. Algunos familiares nos dieron una mano y mi mamá tiene un nuevo compañero que es de Villahermosa y la apoya mucho. Así nos pudimos establecer”, dice.

En ese barrio, recuerda, comenzó un proceso de adaptación que no fue fácil. La pobreza, las pandillas y las drogas eran parte del entorno.

“Al principio fue muy duro, pasar de un pueblo a una ciudad es un cambio drástico”, asegura, y agrega: “Mi mamá me hizo prometerle que no me juntaría con esas personas que me podrían hacer daño. Había mucha drogadicción y sobre todo en el colegio muchos niños llevaban navajas. Ellos me decían que si me quería meter a una pandilla”.

Julián, aunque con pocos años, no se dejó tentar por la nueva y convulsionada vida citadina. Y cualquier día, en el colegio José María Vargas Vila, donde hacía su grado quinto, un amigo le habló de jugar fútbol, pero no en la calle, como lo hacía en sus ratos libres, sino con entrenadores y pensando en alcanzar otras metas.

Julián, entonces, tuvo su primer encuentro con la Fundación Colombianitos, en una cancha de fútbol, de barro amarillo, donde otros niños y jóvenes como él jugaban y aprendían valores.

“Desde un principio me apoyaron, me acogieron y eso me dio más energía para seguir entrenando. El profesor nos enseñó cosas del balón, como aprender a pegarle, a dominarlo. Yo pensaba que eso me serviría para un futuro. Desde ahí me gustó y seguí acá”, afirma.

En la Fundación, que lleva más de 10 años en Bogotá y tiene actualmente mil niños en Ciudad Bolívar, Julián encontró una visión diferente a lo que cotidianamente veía en el barrio. “A través del fútbol me han inculcado valores como el respeto hacia otras personas, la paz, la tolerancia y todo aquello que me ayuda a ser mejor”, comenta.

Un presente en azul

Julián lleva ya cuatro años y medio y, según él y quienes lideran la Fundación, ha dado un salto enorme en su vida. “Julián Camilo hizo un avance grandísimo, era un niño que participaba en los talleres y todos intentaban burlarse de él y no se dejó amedrentar por sus compañeros. Sus intervenciones eran muy claras. No se dejó apabullar, aunque es tímido”, dice Beatriz Correa, trabajadora social de la Fundación.

El progreso de Julián no pasó inadvertido en la Fundación, que le dio la oportunidad de integrar el programa Agentes de Cambio. “El programa sirve para potenciarnos como profesores y ayudar a los demás niños a cambiar su vida. Es devolver un poquito de lo que nos han dado. Entreno a muchachos de 12 a 14 años”, dice.

A cambio de sus actividades como entrenador, la Fundación les ayuda a muchachos como Julián a que un padrino les patrocine sus estudios. Pero también tienen otros estímulos.

Gracias al cambio que ha demostrado y a su capacidad de liderazgo, Julián hoy vive días azules. El pasado 29 de enero, fue invitado al estadio El Campín de Bogotá para ver personalmente el trofeo de la Copa Mundo que estuvo de visita en la ciudad. Y allí le dieron una noticia que no esperaba: viajará a Brasil y será el portador de la bandera de Colombia en el primer partido que jugará la Selección frente a Grecia, el sábado 14 de junio en Belo Horizonte.

“Coca-Cola, patrocinador del Mundial, nos presentó la propuesta y nos dijo que buscáramos un niño, no súper jugador, pero sí muy cumplido y con buenas notas. Él participó con otros tres niños y el mérito es totalmente de Julián, su compromiso en la cancha, su cumplimiento en los entrenamientos y como líder”, asegura Correa, la trabajadora social.

Hoy, a sus 15 años, Julián vive un sueño. “Nunca pensé que iba a conocer Brasil y menos que iba a ir a un partido de la Selección Colombia en el Mundial. En este barrio, donde hay muchas cosas malas, pero también hay muchas buenas, crecemos con la idea de que no hay futuro para estudiar ni de hacer algo distinto. Pero yo quisiera devolver mucho de lo que me han dado y apoyar a otros niños que podrían estar en la misma situación mía”, comenta.

Y más allá del premio, Julián y su familia han superado su tragedia y eso despierta la admiración de sus tutores y mentores de la Fundación.

“Su familia no está en la mendicidad, tienen la verraquera de la gente del campo y no tienen la idea de que porque son desplazados el Estado les deben dar todo”, asegura Correa y agrega: “Se ayudan mucho y tienen la idea de un mundo diferente”.

“Pienso que la Fundación, aparte de mi familia, fue mi apoyo para poder salir adelante en esta ciudad. Pienso estudiar, hacer mi universidad y buscar una profesión. Quiero estudiar diseño gráfico o licenciatura en educación física”, afirma Julián, con mucha seguridad.

Y en la construcción de ese futuro tendrá el apoyo y los consejos incondicionales de su hermana mayor, Paula Andrea, actual arquera de la Selección Tolima de fútbol.

VÍA: EL TIEMPO

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